Es imposible pasear por el centro de
Madrid sin ver un solo artista callejero, ya sea una de las caras más
conocidas, como el violinista de Ciudad Universitaria, o la gente nueva que por
gusto o por necesidad se suma día a día a los ya cientos de músicos que invaden
cada rincón de la ciudad.
Resulta curioso que cada vez que
pasamos a su lado agachamos la cabeza y subimos el volumen de nuestra radio, ya
por puro instinto, prefiriendo ahogar con los ruidos de nuestra rutina los
conciertos improvisados en los viejos vagones del metro, en los bares y
restaurantes, en las calles... hasta en los callejones más olvidados se
escuchan todavía ecos de jazz. Y pasamos de largo, con la mirada perdida,
corriendo de un lado a otro como si fuese el último día de nuestra vida, al
igual que lo fue el anterior.
Es hora de prestar atención y dejar que
hable la ciudad. Madrid está viva, y suena bien.
He visto, a lo largo de los años,
música para todos los gustos: desde las típicas melodías de guitarra, trompeta
o acordeón hasta instrumentos a los que no sabría poner nombre, bandas sonoras
que convierten el camino al trabajo en una marcha triunfal, cantantes a viva
voz, cuartetos de cuerda, electrónica moderna invadiendo el terreno de las
viejas glorias del rock, bailarines esquivando coches en los semáforos de hora
punta, cantantes de ópera, clases de piano improvisadas, artistas que nos hacen
recordar la música de nuestra tierra y coros de gospel que, de ahí, nos llevan
al cielo... Si existe, está en la calle.
No hay que olvidar que el amor al arte
es cada vez más difícil de encontrar estos días, y que muchos de los artistas
viven de esas monedas que acumulamos en el fondo de la cartera y que no nos
sirven ni para sacar el carro de la compra. Algunos hasta te venden discos, o
pulseras, o cualquier otra pequeña muestra de talento que tengan guardada en la
manga para poder competir en un mercado tan peculiar.
Sobre nosotros cae, por tanto, la
responsabilidad de mantener este ecosistema madrileño al margen del ruido, la
agitación y la monotonía de la capital, ahora más que nunca.
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