lunes, 8 de julio de 2013

“Sitios con Duende”

"Una cosa es zapatear y otra es pisotear el suelo”. Así nos demuestra uno de los mejores bailaores de nuestro país, Antonio Gades, la fuerza que posee desde hace décadas un sentimiento que ha convertido la visión internacional de España en una imagen positiva de sal y temperamento: el flamenco.

Y a razón de la frase "Cojo la manzana, muerdo la manzana, tiro la manzana" empezó mi amor por el culto al flamenco a los 5 años en una academia de barrio. No soy andaluza, ni gitana, ni japonesa, que ahora parece que se han puesto muy de moda. Simplemente una orgullosa madrileña que cada día agradece más a "la madre que le parió" el haberse metido en este mundo por lo que comúnmente se diría "amor al arte". Dicho esto , y sin conocerme aún del todo, supongo que ya se habrán dado cuenta de las dos pasiones que mueven por el momento mi vida, el baile y Madrid, mi ciudad.

Resulta un poco contradictorio, que sea aquí, en un recóndito lugar dentro del corazón de Madrid, donde esté situado el mejor y más antiguo tablao flamenco del mundo al que debe nombre "El Corral de la Morería". Fue inaugurado en 1956 por Manuel del Rey, y se trata de un tablao con categoría de restaurante de donde han conseguido cruzar el charco artistas tan importantes como Antonio Gades o Jesús Fernández. No se extrañen si oyen considerarlo como la Catedral del Arte Flamenco en España, solo pasen, tomen un buen menú madrileño y vean. Y digo esto, porque muchos de ustedes pensarán que para venerar este arte bailando se necesita de una raíz andaluza o gitana. ¿Influye? Por supuesto. Pero desde las entrañas que un día me demostraron que se trataba de un arte pasional incontrolado, me di cuenta que únicamente es necesario sentirlo, escucharlo y tener el valor suficiente para expresarle al mundo un ego oculto que no puede ser descrito en verso, sino en movimiento.

El Corral de la Morería ha sido cuna de éxito por excelencia de lo que podríamos denominar como representación artística del flamenco puro español, y es el caso de la bailaora Blanca del Rey. Lamentablemente, no tengo el gusto de conocerla en persona, y recalco lamentablemente porque lo mucho o poco que he podido descubrir de ella, sustenta aún más la idea de respeto que tengo hacia aquellas personas que no hacen de su profesión una forma de vida sino todo lo contrario, la mejor manera de vivir. A ella le debemos obras casi mágicas como Solea del Mantón; según ella, su huella digital y una inspiración en la Córdoba natal donde nació.

No me gustaría utilizar la palabra canon para describir el enclave en el que se encuentra su figura como artista, puesto que entiendo que, como ocurre con una de las grandes expresiones artísticas más antiguas de la humanidad, la pintura, cada artista, en este caso el pintor, trabaja con un estilo personal a veces incluso autodidacta, pero siempre bajo un pilar técnico sobre el que se alzará un arco de espontaneidad adquirido a través de la experiencia. Lo que quiero demostrarles, es que, como cualquier manifestación artística el "yo" personal, enriquece el campo en el que se trabaja, de lo contrario, se impulsaría una tendencia al clonismo y a la comparación en ocasiones con carácter negativo y Blanca del Rey solo hay una, única e inimitable.

En cuanto al quipo que forman son casi una cifra de 80 artistas de gran renombre los que en cada actuación favorecen a un espacio acogedor y sencillo que difiere mucho de la compleja, pero perfecta técnica que comunican cuando sobrepasan los escalones que imaginariamente les separan del público. Se trata de un espacio cálido, rico en culturas pues a él se acercan gentes de todo el mundo y sobre todo , un lugar donde el silencio no es impuesto, ya que no hay presencia de micrófonos o luces. Única y exclusivamente los artistas se tienen a sí mismos y es de ahí de donde hierve la sangre flamenca que a cada paso se vuelve humana, sensible, débil o fuerte, pero siempre pura.

Siguiendo el paso por mi querida ciudad, muy cerca de uno de los monumentos más visitados de la Comunidad de Madrid, el Estadio Santiago Bernabeu, podrán hacer una visita al Corral de las Pachecas, fundado en 1571 y considerado el más grande del mundo. Su arma de fuego lo dota la arquitectura, llena de tradición y pasión por la cultura flamenca, algo que lo diferencia bastante del Corral de la Morería. Entre bastidores, las grandes figuras que componen la Compañía de Ballet de Arte Español, se preparan a base de un ritual personal, antes de acompañar a los cantautores, guitarristas, violinistas y percusionistas que componen el espectáculo. En este sentido, me gustaría dotar un espacio entre estas líneas precisamente a aquellos sin los cuales el flamenco no sería flamenco sino pura antropología, la orquesta. Una parte esencial para impulsar el corazón de los más valientes y aromatizar el espacio en juegos de garra y piel, pues, el idioma del cantautor y la música flamenca no es otra cosa sino el desecho de las capas más profundas del ser humano. La exquisita carta, no solo de platos y tapas típicas de la tierra , sino de artistas como Jesús del Rosario José Romero, Fernando Rico o Lucky Losada se fusionan junto con bailaores de gran categoría como Raúl Ortega o Mónica Romero.

Otra arteria en común de puntos cardinales provenientes de todo el mundo es Casa Patas, junto a uno de mis barrios favoritos de Madrid, Lavapiés, un núcleo en el cual todavía hoy viven grandes maestros del flamenco desde hace más de 150 años. Quizás sea un lugar más conocido por el arte culinario que se ofrece, pero lo que está claro, es que durante mucho tiempo ha sido fuente de recomendación para numerosos prescriptores dentro del gremio del turismo y donde podrán dejarse deslumbrar por ese refulgir que solo la energía de la vida puede brindar. Y esto lo consigue de la mano de bailaores como Juan Andrés Maya, Irene "La Sentío" o Sergio Aranda.

Y es que son muchos años los que llevo calzando esta cultura casi por un momento divina y resulta inevitable no enclavar la mirada profunda ante los ojos, cuello, pecho, manos, torso, piernas y zapatos, de la persona que desnuda su alma para ofrecer a través de movimiento, experiencias y humanidad, arropadas por el terciopelo de la voz o el simple ruido de las palmas. La creación de una esfera paralela donde el silencio se convierte en un símbolo de admiración y reconocimiento.

El arte, tal vez sea el único refugio que haga del ser humano alguien libre de expresarse así que no dejemos nunca de hacerlo, de cuidarlo y protegerlo.

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