lunes, 9 de diciembre de 2013

“MANZANARES EL REAL, EL CASTILLO MÁS CASTIZO”


Enclavado a los pies de la sierra de Guadarrama, y a menos de cincuenta kilómetros de la ciudad de Madrid, el castillo de Manzanares El Real puede presumir de ser el tercer monumento más visitado de nuestra Comunidad, tan solo superado por el monasterio del Escorial y por el Real Sitio de Aranjuez. Y los madrileños podemos igualmente presumir de castillo, entre otras muchas cosas, por su excelente estado de conservación, pero también, por los estrechos lazos que unen este castillo con nuestra ciudad.

Para empezar a desgranar estos puntos de unión, resultan evidentes los lazos naturales que unen a la capital de España con el castillo. El río que contemplamos desde las almenas de esta fortaleza, no es otro que nuestro querido Manzanares, el río de Madrid, el mismo que recibió las burlas de los escritores de nuestro siglo de oro, que lo apodaron despectivamente como "el aprendiz de río". El Manzanares tiene su nacimiento a pocos kilómetros del castillo, y tras atravesar el área de la Pedriza, se presenta ante el monumento en forma de un extenso embalse, muy diferente de esa modesta imagen de “aprendiz” que muestra más tarde a su paso por la ciudad .

Y al hilo de estas comparaciones naturales, es obligado hablar del agua y de los aires serranos que circundan el castillo. Agua y aires que acaban llegando a Madrid, y cuya abundancia y calidad influyeron poderosamente en la decisión de Felipe II de declarar la ciudad su capital hace más de cuatro siglos. El monarca se había curado en el antiguo alcázar madrileño de unas fiebres malignas con la ayuda de esos aires y de esas aguas tan salubres. No en vano, una pareja de nobles madrileños de la época de los Austrias mencionan estos elementos en las visitas teatralizadas que tienen lugar en el castillo todos los fines de semana. Aunque en esta mención, los aires madrileños se tornan más bien malvados: "el aire de Madrid... tan sutil, que mata a un hombre y no apaga un candil". Valga esa sutileza lo mismo para sanar que para matar.

Pero mucho antes de la capitalidad, durante los oscuros años del medievo, los madrileños ya habían combatido duramente contra los segovianos por la posesión de las tierras cercanas a la Pedriza. Fue el rey Alfonso X el sabio quien tuvo que mediar en estos pleitos, y poner la zona bajo dominio real... de ahí le viene el nombre de "Real del Manzanares". Los reyes castellanos posteriores pasarían cada vez más tiempo en la ciudad de Madrid, quedando así las tierras del "Real del Manzanares" asociadas a la monarquía, y por consiguiente, a la ciudad que hoy es capital de España.

Posiblemente, esta doble vinculación natural e histórica, fue uno de los factores principales que motivaron el hecho de que el castillo de Manzanares fuera el lugar elegido para la firma del estatuto de autonomía de la Comunidad de Madrid en 1982. Un gesto simbólico que reforzó todavía más la unión entre el castillo y  la historia madrileña.

Esta conexión se hace incluso más patente cuando se recorren las estancias del castillo y el visitante puede detenerse a contemplar muchos de los elementos de su recorrido museográfico. Destacan sobre todo los diez tapices de la escuela de Bruselas-Brabante sobre cartones de Rubens que adornan las paredes, y que fueron restaurados en la Real Fábrica de tapices de Madrid, tras haber permanecido muchos años en lugares madrileños tan emblemáticos como el monasterio de las Descalzas Reales.

Pero merecen una especial atención los cuadros elegidos para decorar algunas de las estancias. La mayoría de estas obras pertenecen a la escuela de pintura madrileña del siglo XVII, y algunos de los óleos nos transportan a través del tiempo a un viaje hacia el pasado de la ciudad.

La obra más impactante es la que nos muestra una procesión celebrada en Madrid en 1585. La multitud de religiosos y devotos discurre por la zona de lo que hoy es Atocha y la explanada del Reina Sofía, apreciándose en el fondo de la pintura el área boscosa del Retiro.  Este cuadro nos permite pasear frente a uno de los hospitales más antiguos de los que se tiene memoria en Madrid. Además comprobamos como donde antiguamente había una modesta ermita, hoy se alza orgulloso el Observatorio Astronómico del parque del Retiro. La pintura constituye una mirada fascinante al pasado de una ciudad que en aquel momento llevaba poco más de veinte años ejerciendo su capitalidad.

Y siguiendo en esta línea de arte y casticismo, encontramos en otra de las salas de la fortaleza, un óleo dedicado al milagro de la Virgen de Atocha. Esta es una de las más antiguas leyendas madrileñas, y se remonta a los tiempos de la fundación de la ciudad hace mil doscientos años. En esta obra vemos a un caballero cristiano agradecer a la virgen el que haya devuelto las vidas y las cabezas a su mujer y a sus hijas. Las tres damas habían sido decapitadas pocos momentos antes por los soldados moros durante la conquista del primitivo Mayrit.

Sin movernos de esta sala nos topamos con otro cuadro que recoge el abrazo de dos santos que fundaron sus conventos en el Madrid del siglo XIII: San Francisco y Santo Domingo. En la actualidad, la basílica de San Francisco el grande cercana a la puerta de Toledo, y la plaza de Santo Domingo detrás de la Gran Vía, son los escenarios urbanos que recuerdan aquel abrazo convertido en arte por obra del pintor José Maea.
En las estancias principales del castillo encontramos así mismo dos retratos de la Virgen de la Soledad, antecedente de la castiza Virgen de la Paloma. Esta virgen era venerada por los madrileños desde el siglo XVI en un convento que estaba ubicado muy cerca de la Puerta del Sol. Su devoción la trajo a España una reina francesa, Isabel de Valois. La noble dama de solo dieciséis años, fue obligada a casarse con un cincuentón Felipe II. Quizás aquella devoción fuese su único consuelo durante sus tristes días en la recién estrenada capital.

Y son muchos más los detalles que podemos observar, y los vínculos que enlazan ciudad y castillo. Ambos están bañados por el mismo río, y unidos por un mismo espíritu y una misma historia... o más bien por cientos de historias.

De entre todas ellas, y para terminar esta crónica sobre el castillo de Manzanares y su madrileñismo, quiero rescatar de la memoria la de Paco el sastre. Fue éste un bandolero madrileño de principios del XIX, inseparable compañero de correrías del famoso y castizo Luís Candelas. El infortunado bandolero acabó siguiendo la misma suerte que su célebre líder. Tras varios asaltos y secuestros por las calles de la ciudad,  huyó a esconderse en La Pedriza, para terminar siendo apresado a los pies del castillo. Finalmente acabó pagando con su vida en un cadalso cercano a las colinas del castizo barrio de Lavapies. El mismo río que había cruzado en su huida, acabó siendo testigo de su muerte... aquel “aprendiz de río”...

Visitar el castillo de Manzanares el Real es mucho más que contemplar el pasado medieval de Castilla, es también  un viaje al pasado de la capital de España en algunos de los momentos clave de su historia entre los siglos XVI y XIX. Y esta visita supone además una mirada hacia el origen de esas aguas y esos aires que curaban de sus males a príncipes y reyes, y dieron con ello, tanto prestigio y poder a nuestra ciudad. Por todo esto, bien puede definirse al castillo de Manzanares el Real como el castillo más castizo.

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