Enclavado a los pies de la sierra de Guadarrama, y a menos de cincuenta kilómetros
de la ciudad de Madrid, el castillo de Manzanares El Real puede presumir de ser
el tercer monumento más visitado de nuestra Comunidad, tan solo superado por el
monasterio del Escorial y por el Real Sitio de Aranjuez. Y los madrileños podemos
igualmente presumir de castillo, entre otras muchas cosas, por su excelente
estado de conservación, pero también, por los estrechos lazos que unen este
castillo con nuestra ciudad.
Para empezar a desgranar estos puntos de unión, resultan evidentes los
lazos naturales que unen a la capital de España con el castillo. El río que
contemplamos desde las almenas de esta fortaleza, no es otro que nuestro querido
Manzanares, el río de Madrid, el mismo que recibió las burlas de los escritores
de nuestro siglo de oro, que lo apodaron despectivamente como "el aprendiz
de río". El Manzanares tiene su nacimiento a pocos kilómetros del castillo,
y tras atravesar el área de la Pedriza, se presenta ante el monumento en forma
de un extenso embalse, muy diferente de esa modesta imagen de “aprendiz” que
muestra más tarde a su paso por la ciudad .
Y al hilo de estas comparaciones naturales, es obligado hablar del agua y
de los aires serranos que circundan el castillo. Agua y aires que acaban llegando
a Madrid, y cuya abundancia y calidad influyeron poderosamente en la decisión
de Felipe II de declarar la ciudad su capital hace más de cuatro siglos. El
monarca se había curado en el antiguo alcázar madrileño de unas fiebres
malignas con la ayuda de esos aires y de esas aguas tan salubres. No en vano,
una pareja de nobles madrileños de la época de los Austrias mencionan estos
elementos en las visitas teatralizadas que tienen lugar en el castillo todos
los fines de semana. Aunque en esta mención, los aires madrileños se tornan más
bien malvados: "el aire de Madrid... tan sutil, que mata a un hombre y no
apaga un candil". Valga esa sutileza lo mismo para sanar que para matar.
Pero mucho antes de la capitalidad, durante los oscuros años del medievo,
los madrileños ya habían combatido duramente contra los segovianos por la
posesión de las tierras cercanas a la Pedriza. Fue el rey Alfonso X el sabio quien
tuvo que mediar en estos pleitos, y poner la zona bajo dominio real... de ahí le
viene el nombre de "Real del Manzanares". Los reyes castellanos posteriores
pasarían cada vez más tiempo en la ciudad de Madrid, quedando así las tierras
del "Real del Manzanares" asociadas a la monarquía, y por
consiguiente, a la ciudad que hoy es capital de España.
Posiblemente, esta doble vinculación natural e histórica, fue uno de los
factores principales que motivaron el hecho de que el castillo de Manzanares
fuera el lugar elegido para la firma del estatuto de autonomía de la Comunidad
de Madrid en 1982. Un gesto simbólico que reforzó todavía más la unión entre el
castillo y la historia madrileña.
Esta conexión se hace incluso más patente cuando se recorren las
estancias del castillo y el visitante puede detenerse a contemplar muchos de
los elementos de su recorrido museográfico. Destacan sobre todo los diez tapices de la escuela de Bruselas-Brabante
sobre cartones de Rubens que adornan las paredes, y que fueron restaurados en
la Real Fábrica de tapices de Madrid, tras haber permanecido muchos años en
lugares madrileños tan emblemáticos como el monasterio de las Descalzas Reales.
Pero merecen una especial atención los cuadros elegidos para decorar
algunas de las estancias. La mayoría de estas obras pertenecen a la escuela de
pintura madrileña del siglo XVII, y algunos de los óleos nos transportan a
través del tiempo a un viaje hacia el pasado de la ciudad.
La obra más impactante es la que nos muestra una procesión celebrada en Madrid
en 1585. La multitud de religiosos y devotos discurre por la zona de lo que hoy
es Atocha y la explanada del Reina Sofía, apreciándose en el fondo de la
pintura el área boscosa del Retiro. Este
cuadro nos permite pasear frente a uno de los hospitales más antiguos de los que
se tiene memoria en Madrid. Además comprobamos como donde antiguamente había
una modesta ermita, hoy se alza orgulloso el Observatorio Astronómico del
parque del Retiro. La pintura constituye una mirada fascinante al pasado de una
ciudad que en aquel momento llevaba poco más de veinte años ejerciendo su
capitalidad.
Y siguiendo en esta línea de arte y casticismo, encontramos en otra de
las salas de la fortaleza, un óleo dedicado al milagro de la Virgen de Atocha.
Esta es una de las más antiguas leyendas madrileñas, y se remonta a los tiempos
de la fundación de la ciudad hace mil doscientos años. En esta obra vemos a un caballero
cristiano agradecer a la virgen el que haya devuelto las vidas y las cabezas a
su mujer y a sus hijas. Las tres damas habían sido decapitadas pocos momentos
antes por los soldados moros durante la conquista del primitivo Mayrit.
Sin movernos de esta
sala nos topamos con otro cuadro que recoge el abrazo de dos santos que fundaron
sus conventos en el Madrid del siglo XIII: San Francisco y Santo Domingo. En la
actualidad, la basílica de San Francisco el grande cercana a la puerta de
Toledo, y la plaza de Santo Domingo detrás de la Gran Vía, son los escenarios
urbanos que recuerdan aquel abrazo convertido en arte por obra del pintor José Maea.
En las estancias
principales del castillo encontramos así mismo dos retratos de la Virgen de la
Soledad, antecedente de la castiza Virgen de la Paloma. Esta virgen era
venerada por los madrileños desde el siglo XVI en un convento que estaba
ubicado muy cerca de la Puerta del Sol. Su devoción la trajo a España una reina
francesa, Isabel de Valois. La noble dama de solo dieciséis años, fue obligada
a casarse con un cincuentón Felipe II. Quizás aquella devoción fuese su único
consuelo durante sus tristes días en la recién estrenada capital.
Y son muchos más los
detalles que podemos observar, y los vínculos que enlazan ciudad y castillo.
Ambos están bañados por el mismo río, y unidos por un mismo espíritu y una
misma historia... o más bien por cientos de historias.
De entre todas ellas, y
para terminar esta crónica sobre el castillo de Manzanares y su madrileñismo,
quiero rescatar de la memoria la de Paco el sastre. Fue éste un bandolero madrileño
de principios del XIX, inseparable compañero de correrías del famoso y castizo
Luís Candelas. El infortunado bandolero acabó siguiendo la misma suerte que su célebre
líder. Tras varios asaltos y secuestros por las calles de la ciudad, huyó a esconderse en La Pedriza, para
terminar siendo apresado a los pies del castillo. Finalmente acabó pagando con
su vida en un cadalso cercano a las colinas del castizo barrio de Lavapies. El
mismo río que había cruzado en su huida, acabó siendo testigo de su muerte...
aquel “aprendiz de río”...
Visitar el castillo de
Manzanares el Real es mucho más que contemplar el pasado medieval de Castilla,
es también un viaje al pasado de la
capital de España en algunos de los momentos clave de su historia entre los
siglos XVI y XIX. Y esta visita supone además una mirada hacia el origen de esas
aguas y esos aires que curaban de sus males a príncipes y reyes, y dieron con
ello, tanto prestigio y poder a nuestra ciudad. Por todo esto, bien puede
definirse al castillo de Manzanares el Real como el castillo más castizo.
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